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En la política se debe tener mucho cuidado con el egocentrismo.

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Si bien el individualismo forma parte de la cotidianidad de nuestra sociedad, sobre todo en lo que corresponde al trabajo mayoritario, manifestado en la informalidad o en el llamado “día a día”; sin embargo, su expresión colectiva en actividades sociales son colectivamente muy marcadas, ya sea por asuntos que motivan actos solidarios organizados como de protestas u otros. En este aspecto, la manifestación de la gente, sus líderes y dirigentes son colectivamente comunes y expresamente delegados, es lo que se llama liderazgo para lograr mejores respuestas a sus motivaciones colectivas. La política, por estar muy vinculada al campo social, no es ajena a este comportamiento, por el contrario, lo lidera y representa cuando busca atraer su atención.

Dentro de esta premisa, la conducta política de cualquier candidato tiene que ser atractiva para conquistar la atención de una población movilizada en base a sus intereses personales o colectivos.  El líder político tiene que ser carismático en lo personal pero no individualista en el desarrollo de su trabajo en equipo. El líder político, aunque no se dé cuenta y la gente no se lo diga abiertamente, en el “run-run” o comentario popular, lo motejan con diferentes calificativos como ahí está o viene el “yo-yo”, o el “sabiondo”, y los adversarios políticos que tienen asesores acuciosos apuntan a llevarlo al tema del humor para ridiculizar a su adversario. Dentro de estos adjetivos se entremezcla el egocentrismo que puede ser devastador para un líder político, que sin darse cuenta de lo que emite su imagen política, está dando lugar a las especulaciones, el chisme o las apreciaciones de tipo subjetivo.

Al mismo tiempo, el candidato debe evitar caer en el comportamiento de líder mesiánico, característica de los líderes religiosos, que se endiosan frente a las masas para encandilarse y se cree todopoderoso, pero en ausencia de ellas no es nada, se pierde en la soledad por su vacío y falta de objetividad. Recordar siempre que la actitud voluble genera desconfianza y debilita la campaña.

El perfil idóneo del candidato en su carisma es el que asume de forma armoniosa las siguientes características personas: “internas” o psicológicas y “externas” o físicas, con ellas se desenvuelven en una triple dimensión: Afectivo, efectiva y democrática. En lo afectivo encarna las aspiraciones del movimiento, lidera la gente que lo aprecia con cariño y admiración, un modelo a imitar por sus seguidores. En lo efectivo cumple sus promesas, asiste a todas las reuniones sin ser selectivo a las cuales expone los planes de sus futuro gobierno de forma sencilla y desbordando humildad. Desde el ángulo democrático, ejerce la representación de los intereses de sus electores, promueve la participación organizada de los diferentes sectores de la población: mujeres, jóvenes, agricultores, pescadores, profesores, etc. Con quienes se compromete a defender derechos.

El líder político o candidato, debe leer mucho, demostrar ecuanimidad, mucha serenidad, saberse disculpar rápidamente, tener la sonrisa para todos incluso para el adversario, ser reflexivo, constante, piensa en los demás, es realista, optimista, carismático, sociable, se repone de los obstáculos sin cargar a otros, un buen orador con chispas humorísticas, en todo momento dialogante y hábil para conectarse con sus elecciones en quienes resalta su dignidad dándole esperanzas de cambio contra todo acto injusto.