La Capilla Sixtina se convierte nuevamente en el epicentro del mundo católico. Bajo los imponentes frescos del Juicio Final, hasta 120 cardenales menores de 80 años se encierran en Cónclave para elegir al próximo líder espiritual de más de mil millones de fieles.
Aunque la elección debería ser libre de favoritismos, en la práctica, alianzas y estrategias se gestan con antelación. El proceso inicia con la misa Pro Eligendo Papa, donde se pide sabiduría divina. Luego, los cardenales juran silencio absoluto: romperlo implica excomunión automática.
Sin móviles, sin contacto externo, con accesos sellados por la Guardia Suiza, se vota hasta cuatro veces al día. Cada papeleta es quemada, produciendo el humo que todos observan con expectación: negro, si no hay Papa; blanco, si ya lo hay. Ni el humo es casual: se logra con compuestos químicos precisos.
Desde 1274, el Cónclave es sagrado, pero también profundamente estratégico. La elección de un Papa no solo es un acto espiritual, sino una declaración de rumbo para la Iglesia y el mundo.