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44 líderes europeos ponen los cimientos de una comunidad política que simboliza el aislamiento de Putin y el rechazo a la contienda del Kremlin

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Con la guerra de Rusia en Ucrania, las amenazas nucleares y el apetito imperialista de Vladímir Putin como catalizador, Europa está plantando los cimientos de una nueva comunidad política. Con una simbólica reunión para visibilizar un frente unido contra la agresión del Kremlin, 44 líderes se han reunido este jueves en Praga para lanzar una constelación europea destinada a hallar soluciones a las profundas divisiones en el continente sobre migración, seguridad o energía.

El líder ruso, acorralado por sus derrotas en Ucrania y con cada vez más frentes abiertos en casa, ha logrado lo que hace solo un año parecía impensable: unir, pese a las diferencias, a los 27 socios de la UE con un país que apostó por abandonarlos, el Reino Unido; con otro, Turquía, que no tiene claro querer entrar en el club comunitario pese a su estatus de candidato y ha aprovechado una cumbre en un momento crítico para la seguridad de Europa para visibilizar su fractura con Grecia a cuenta de Chipre; y junto a una serie de países que tienen la membresía de la Unión en su lista de tareas —como Ucrania, Macedonia del Norte o Georgia— pero que no tienen fecha de ingreso a la vista. Rusia y su aliado, Bielorrusia, gobernada por otro autócrata que ha justificado la invasión y que se ha convertido prácticamente en un satélite de Moscú, han sido los dos únicos países del Viejo Continente que no han sido invitados a la cumbre.

“Esta reunión, la Comunidad Política Europea, tiene una posibilidad real de convertirse en una Comunidad Europea de Paz”, ha dicho el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, que, de nuevo simbólicamente, ha abierto la sesión con un discurso por videoconferencia. “Miembros de todos los formatos de cooperación existentes en Europa, basados en nuestros valores comunes, participan en la reunión”, ha remarcado el líder ucranio, “y no hay representantes de Rusia, un Estado que geográficamente parece pertenecer a Europa pero que desde el punto de vista de sus valores y comportamiento es el Estado más antieuropeo del mundo”.

“No significa que queramos excluir a Rusia para siempre”, incidió el alto representante para política Exterior de la UE, Josep Borrell, “pero esta Rusia, la Rusia de Putin, no tiene asiento”. Es probable que el presidente ruso se sienta orgulloso de la exclusión de un grupo que puede simbolizar ese Occidente que, en su opinión, tiene la culpa de todos los males. Pero el jefe del Kremlin, que siempre ha desestimado a la UE como interlocutora y ha apostado por las relaciones bilaterales, para fragmentar y desestabilizar, puede tomar como un desafío la presencia en el nuevo proyecto de países que considera parte de su esfera de influencia, desde Moldavia y Armenia a Georgia, pasando por Azerbaiyán.

El nuevo proyecto, aún balbuceante, incipiente, carece de líneas claras de prospección más allá del pegamento ruso que las une y de la crisis energética. Tanto su magnitud como su variedad —también en cierta forma el componente geográfico— plantean la duda de si la llamada Comunidad Política Europea avanzará hacia una comunidad de valores o de intereses, con incertidumbres como las suscitadas por la presencia de Azerbaiyán, con serios problemas de derechos humanos pero con nutridas reservas de gas e intereses en nuevos acuerdos de suministro con los Veintisiete, ansiosos de encontrar nuevos proveedores para desengancharse del gas del Kremlin.